Uno de cada tres profesionales de la salud en Europa presenta síntomas de depresión o ansiedad. La exposición a violencia, jornadas excesivas y falta de apoyo social configuran un entorno de riesgo que exige respuestas institucionales y clínicas urgentes.
Un panorama inquietante
El informe Mental Health of Nurses and Doctors (MeND), elaborado por la Oficina Regional para Europa de la OMS en colaboración con la Comisión Europea, constituye el estudio más amplio realizado hasta la fecha sobre la salud mental de médicos y enfermeras europeos. Con más de 90 000 respuestas válidas recogidas entre 2024 y 2025 en 29 países, sus conclusiones son tan sólidas como preocupantes: uno de cada tres profesionales presenta síntomas compatibles con depresión o ansiedad, y más del 10 % ha tenido ideas suicidas en las dos últimas semanas.
La magnitud del problema trasciende la estadística: los sanitarios son cinco veces más propensos que la población general a sufrir depresión (32 % frente a 6 %). Esta cifra convierte a la salud mental de los profesionales en un determinante crítico de la sostenibilidad de los sistemas sanitarios europeos.
Factores de riesgo laborales: una tormenta perfecta
Los datos del estudio evidencian la interacción entre condiciones laborales adversas y deterioro psicológico. Entre los hallazgos más relevantes destacan:
- Violencia y acoso: uno de cada tres profesionales reporta haber sido víctima de amenazas o agresiones verbales, y más del 10 % ha sufrido violencia física o acoso sexual.
- Sobrecarga laboral: el 25 % de los médicos trabaja más de 50 horas semanales, con turnos rotatorios y nocturnos que alteran los ritmos circadianos y aumentan el riesgo de trastornos afectivos.
- Precariedad contractual: la temporalidad y la falta de estabilidad laboral se asocian con mayor sintomatología ansioso-depresiva y menor bienestar.
- Desequilibrio vida-trabajo: la percepción de no disponer de control sobre los horarios y descansos multiplica la probabilidad de presentar malestar psicológico.
La convergencia de estos factores crea un entorno organizacional hostil que mina la motivación, favorece la despersonalización y reduce la calidad asistencial. La evidencia es clara: cuanto más inseguros y estresantes son los entornos laborales, peor es la salud mental de quienes cuidan.
Apoyo social y control percibido: los grandes amortiguadores
Frente a estos riesgos, el estudio identifica factores protectores potentes. La frecuencia de apoyo social de colegas y supervisores reduce a la mitad la prevalencia de depresión y ansiedad. De modo similar, disponer de influencia sobre el propio trabajo —decidir tiempos, pausas o formas de organizar las tareas— se asocia con mayor bienestar y menor probabilidad de malestar emocional.
La OMS subraya la importancia de estructuras formales de apoyo en los centros: protocolos frente a la violencia, planes de gestión del estrés y mecanismos de participación. Los profesionales que reportan su existencia presentan un 50 % menos de problemas de salud mental que aquellos que carecen de ellos. No se trata sólo de “resiliencia individual”, sino de estructuras que sostienen el bienestar colectivo.
Implicaciones clínicas y organizacionales
Desde una perspectiva clínica, los resultados interpelan directamente a quienes trabajamos en salud mental. Los psicólogos que intervenimos con profesionales sanitarios debemos considerar el contexto institucional como parte del caso clínico. La sintomatología depresiva o ansiosa rara vez puede desligarse de las condiciones objetivas de trabajo: turnos prolongados, exposición a sufrimiento y muerte, y falta de reconocimiento.
En la práctica terapéutica, resulta útil integrar técnicas de reestructuración cognitiva para abordar la autoexigencia extrema, junto con estrategias de autocompasión y regulación emocional que amortigüen la fatiga por empatía. Asimismo, conviene fomentar intervenciones grupales en entornos hospitalarios, orientadas al apoyo entre pares y la normalización del malestar profesional.
En el plano organizacional, los hallazgos invitan a adoptar políticas de prevención primaria. La OMS propone siete líneas de acción:
- Tolerancia cero frente a la violencia, el acoso y la intimidación laboral.
- Gestión racional del tiempo y del exceso de horas.
- Formación de líderes y supervisores en salud mental y apoyo emocional.
- Mayor previsibilidad y flexibilidad de los turnos.
- Reducción de la carga laboral mediante plantillas suficientes y flujos eficientes.
- Acceso universal a programas de apoyo psicológico y tratamiento temprano.
- Monitorización periódica de la salud mental y las condiciones de trabajo.
Estas recomendaciones no solo benefician al profesional; mejoran la seguridad del paciente y la calidad asistencial, reforzando el vínculo de confianza con la comunidad.
Un desafío ético y político
El informe MeND no se limita a describir un problema sanitario: plantea un desafío ético. Si el bienestar de quienes cuidan determina la salud de quienes son cuidados, ignorar la salud mental del personal sanitario es poner en riesgo la salud pública.
Las instituciones deben asumir que la prevención del malestar emocional no es un lujo, sino una inversión. Un trabajador mentalmente sano rinde más, comete menos errores y ofrece un trato más humano. El coste de la inacción —bajas laborales, rotación, abandono de la profesión— es ya insostenible.
Resultados específicos en España para médicos y enfermeras
Los datos del estudio MeND revelan que España se sitúa en una posición intermedia dentro del conjunto europeo en lo relativo a la salud mental de médicos y enfermeras. Aunque las cifras no alcanzan los niveles críticos observados en países del este de Europa (como Letonia o Polonia), persisten indicadores preocupantes que reflejan una carga emocional y organizacional significativa en el sistema sanitario español.
En concreto, alrededor del 28 % de los profesionales sanitarios españoles presenta síntomas compatibles con depresión y un 23 % con ansiedad. Estas tasas son notablemente superiores a las de la población general española, estimadas en torno al 6 % y 7 % respectivamente. Además, uno de cada ocho profesionales ha reconocido haber tenido pensamientos suicidas recientes, un dato que subraya la urgencia de implementar medidas de prevención y apoyo psicológico sostenido.
El informe también señala que el 70 % de los médicos y enfermeras españoles refieren haber sufrido algún tipo de violencia o amenaza en su entorno laboral durante el último año. En la mayoría de los casos se trata de agresiones verbales o intimidación por parte de pacientes o familiares, aunque un 10 % declara haber sido víctima de violencia física. Estas cifras son consistentes con los informes del Observatorio Nacional de Agresiones de la Organización Médica Colegial, que evidencian un incremento sostenido desde la pandemia de COVID-19.
Por otro lado, el 25 % de los médicos trabaja regularmente más de 50 horas semanales, con una alta proporción de turnos rotatorios y guardias nocturnas. La sobrecarga es especialmente intensa en los servicios de urgencias y atención hospitalaria, donde la falta de descanso y la exposición continua a situaciones críticas agravan el riesgo de desgaste emocional y burnout. Entre las enfermeras, la situación es similar: una de cada tres declara no disponer de suficiente tiempo para la recuperación entre turnos, y el 40 % percibe un desequilibrio persistente entre su vida personal y laboral.
A pesar de este panorama, los profesionales españoles mantienen niveles elevados de compromiso y sentido de propósito, especialmente en atención primaria y en contextos comunitarios. Más del 70 % manifiesta sentirse orgulloso de su labor y considera su trabajo significativo, aunque la satisfacción general ha descendido respecto a 2021, en consonancia con el deterioro de las condiciones estructurales del sistema sanitario.
Estos resultados confirman que la salud mental del personal sanitario en España no depende sólo de factores individuales, sino de condiciones organizacionales y políticas estructurales: insuficiencia de plantillas, temporalidad prolongada, déficit de apoyo emocional y falta de espacios seguros para la expresión del malestar profesional. El estudio de la OMS invita a las autoridades sanitarias españolas a fortalecer los servicios de salud laboral, crear unidades de apoyo psicológico específicas y garantizar la estabilidad contractual, con el objetivo de proteger a quienes sostienen el sistema asistencial día tras día.
Recomendaciones clínicas para psicólogos que trabajan con profesionales sanitarios
La intervención psicológica con médicos y enfermeras requiere una comprensión profunda del contexto laboral sanitario. No basta con aplicar protocolos terapéuticos estándar: el profesional de la salud vive en una cultura organizacional marcada por la exigencia, la inmediatez y la exposición constante al sufrimiento ajeno. Por ello, las estrategias clínicas deben combinar rigor técnico y sensibilidad contextual.
1. Evaluar el impacto del entorno laboral
En la fase de evaluación conviene integrar instrumentos específicos para identificar estrés ocupacional, fatiga por compasión y burnout. Además del PHQ-9 o el GAD-7 —empleados en el estudio MeND—, son útiles herramientas como el Maslach Burnout Inventory o el Professional Quality of Life Scale (ProQOL-5).
Es esencial explorar no solo los síntomas individuales, sino también los factores organizacionales que los perpetúan: sobrecarga, falta de apoyo, conflictos éticos o cultura de silencio ante el malestar emocional.
2. Trabajar la autoexigencia y la culpa profesional
Muchos médicos y enfermeras presentan un perfeccionismo clínico que, aunque adaptativo en su origen, se convierte en fuente de ansiedad y sentimientos de fracaso. Las técnicas de reestructuración cognitiva, diálogo socrático y descatastrofización resultan eficaces para cuestionar pensamientos del tipo “no puedo permitirme fallar” o “si me afecta el sufrimiento del paciente, es que soy débil”.
Complementariamente, las intervenciones basadas en compasión (Compassion-Focused Therapy, Gilbert, 2010) ayudan a modular el sistema de amenaza y fomentar una autoevaluación más equilibrada.
3. Reforzar la regulación emocional y el autocuidado
El entrenamiento en atención plena (mindfulness), respiración diafragmática y reconocimiento emocional favorece la desactivación fisiológica tras jornadas intensas. Es recomendable integrar rutinas de micro-descanso y ejercicios de grounding entre turnos o tras exposiciones a situaciones críticas.
Los programas grupales de intervención breve en crisis y desbriefing emocional pueden ser útiles en equipos de urgencias o unidades de cuidados intensivos.
4. Abordar la fatiga por empatía y la despersonalización
Cuando el profesional comienza a desconectarse emocionalmente del paciente o adopta un tono cínico, no se trata de “falta de vocación”, sino de un mecanismo de defensa ante la sobreexposición al sufrimiento.
En estos casos, la intervención debe centrarse en restablecer la conexión empática sin sobreidentificación. Las técnicas de reencuadre de valores y la activación conductual orientada al propósito ayudan a recuperar el sentido de misión profesional.
5. Promover el apoyo entre iguales
El aislamiento es uno de los principales predictores de deterioro emocional en entornos sanitarios. Fomentar grupos de supervisión psicológica, espacios de reflexión ética o círculos de autocuidado dentro de los hospitales constituye una medida de prevención primaria tan eficaz como cualquier psicoterapia individual.
El psicólogo puede actuar como facilitador de estos espacios, ofreciendo un modelo de comunicación empática, validación y límites saludables.
6. Cuidar al cuidador: supervisión y límites del terapeuta
Trabajar con sanitarios exige del psicólogo una vigilancia especial sobre su propio desgaste. La contratransferencia de responsabilidad —intentar salvar al profesional agotado— es frecuente. Resulta imprescindible mantener supervisión clínica regular y límites claros entre apoyo y sobreimplicación.
En síntesis, la intervención psicológica con médicos y enfermeras debe integrar tres niveles:
- Individual, fortaleciendo recursos de afrontamiento y autocompasión.
- Interpersonal, promoviendo apoyo entre colegas y comunicación asertiva.
- Organizacional, colaborando con los equipos de gestión para mejorar el entorno laboral.
Solo así podremos transformar la evidencia del informe MeND en acciones clínicas concretas que protejan la salud mental de quienes sostienen, día tras día, el bienestar de toda la sociedad.




