¿Deberíamos dejar de llamar “cáncer” al cáncer?

En los últimos meses se ha presentado en el Congreso una proposición no de ley para revisar el uso que hacemos de la palabra cáncer en los medios de comunicación y en el lenguaje cotidiano. El objetivo es promover un uso más responsable, empático y alejado de las metáforas bélicas —como “batalla”, “lucha” o “perder contra la enfermedad”— que con frecuencia acompañan a este diagnóstico.

Esta iniciativa no surge de manera aislada: se reconoce cada vez más que el lenguaje no solo describe la realidad, sino que también la construye. Y en el caso del cáncer, las palabras influyen de manera profunda en cómo los pacientes afrontan la enfermedad, cómo la perciben sus familiares y cómo la sociedad la comprende en general.


La palabra que asusta

Pocas palabras generan tanto impacto emocional como cáncer. Para muchas personas sigue siendo sinónimo de sufrimiento intenso, tratamientos exigentes y pronósticos inciertos. Aunque la medicina ha avanzado enormemente y muchos tipos de cáncer hoy se tratan con éxito, la palabra conserva una carga histórica de miedo y fatalidad.

Esta carga puede ser especialmente difícil de gestionar al inicio del diagnóstico. Pacientes y familiares necesitan fortaleza, esperanza realista y motivación para afrontar tratamientos que, en ocasiones, son duros y generan efectos secundarios significativos. Sin embargo, la palabra cáncer suele activar de forma automática pensamientos catastróficos y emociones de derrota, incluso antes de que se inicie cualquier tratamiento.


¿Y si lo llamáramos de otra forma?

En este contexto surge una idea que merece reflexión: ¿sería útil utilizar otra denominación para referirnos a la enfermedad? No para ocultarla, sino para reducir la carga simbólica que la palabra cáncer arrastra desde hace más de un siglo.

Desde la psicología sabemos que las etiquetas influyen en la manera de pensar, sentir y actuar. Si una persona asocia la palabra cáncer con una sentencia de muerte inevitable, su capacidad de afrontamiento puede verse reducida de inmediato. Por el contrario, si la denominación invita a entender la enfermedad como un fenómeno biológico tratable, el enfoque psicológico cambia: aumenta la sensación de control, disminuye la ansiedad y se favorece una colaboración más activa con los tratamientos.


Beneficios y riesgos de un cambio de nombre

Posibles beneficios

  • Reducción del impacto emocional inicial: al utilizar un término más neutral, los pacientes podrían experimentar menos miedo y ansiedad al conocer su diagnóstico.
  • Narrativa centrada en el proceso de tratamiento: en lugar de enfocar la enfermedad como “enemigo a vencer”, se centra en comprender y gestionar un proceso biológico.
  • Menor estigmatización social: la palabra “cáncer” suele asociarse a muerte o fracaso, lo que puede generar aislamiento; un término más neutral ayuda a reducirlo.
  • Facilita intervenciones de apoyo psicológico: motivación, afrontamiento y adherencia al tratamiento pueden beneficiarse si el lenguaje transmite claridad y posibilidad de acción, no solo amenaza.

Posibles riesgos

  • Confusión o minimización: un término alternativo puede parecer que resta gravedad, lo que podría afectar la urgencia de diagnósticos y tratamientos.
  • Descoordinación social y clínica: “cáncer” es un término ampliamente reconocido; cambiarlo requiere comunicación clara con profesionales, pacientes y público general.
  • Falsa sensación de seguridad: cambiar el nombre no altera la realidad médica ni el pronóstico, por lo que debe acompañarse de educación y acompañamiento psicológico adecuados.

Posibles alternativas de denominación

Algunas opciones que podrían emplearse en contextos de acompañamiento psicológico o comunicación con pacientes incluyen:

  • Enfermedad oncológica: mantiene la referencia a enfermedad y a oncología, pero reduce la carga histórica de la palabra “cáncer”.
  • Proceso oncológico: enfatiza que se trata de un proceso que puede gestionarse y tratarse.
  • Condición onco-celular: técnica y neutral, centrada en el aspecto biológico de la enfermedad.
  • Desorden tumoral: describe el fenómeno celular sin añadir connotaciones emocionales negativas.

Es importante aclarar que estas denominaciones no reemplazan el término médico oficial. Se utilizan principalmente para facilitar la narrativa de afrontamiento y el acompañamiento emocional del paciente.


El poder del lenguaje en la salud

Nombrar la enfermedad influye en cómo se vive. Decir “tienes cáncer” provoca una reacción emocional inmediata y a veces abrumadora. En cambio, expresiones como “tenemos que tratar una enfermedad oncológica” facilitan una comprensión más pausada, centrada en la acción y la colaboración con el tratamiento.

El reto consiste en encontrar un equilibrio entre realismo y esperanza. No se trata de suavizar la realidad, sino de cambiar el marco mental desde el cual la persona afronta la enfermedad. Un lenguaje consciente puede ser una herramienta terapéutica valiosa.


Hacia un lenguaje más humano

Tal vez lo más importante no sea cambiar formalmente la palabra, sino cambiar la manera en que hablamos del cáncer. Esto incluye:

  • Evitar metáforas bélicas o culpabilizadoras.
  • Explicar la enfermedad con claridad y precisión.
  • Respetar los tiempos emocionales del paciente y de la familia.
  • Promover la colaboración entre cuerpo, mente y tratamiento.

Hablar de la enfermedad con respeto, sensibilidad y esperanza realista ayuda a que los pacientes se sientan más acompañados, menos culpables y más capaces de participar activamente en su proceso de recuperación.

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